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El número uno



Artículo publicado en Aptitus.


¿A quién calificamos como el N° 1? ¿Al mejor deportista del colegio, al más popular de la universidad o al que más dinero gana en la etapa profesional?


Hace unas semanas falleció el compañero de colegio que más admiré. No solo por haber sido siempre el primero de la clase, el más centrado, el inteligente, el que decía las cosas que tú querías decir pero que solo él sabía decirlas. Lo fue, porque siempre compartió con todos sus conocimientos, su buena onda, su espíritu positivo. Por suerte -cada vez que pude- le expresé mi admiración y aprecio Entre los dones que Dios le dio destacaron su inteligencia superior y su natural simpatía. En su casa, en el colegio, en la Escuela Naval, en la Marina, y seguramente hasta en su barrio o en su pequeño refugio en Punta Hermosa, siempre fue el mismo.


A quienes fuimos sus compañeros en el colegio nos ha dejado inolvidables y sentidos recuerdos, igual que a quienes fuimos sus compañeros scouts en la patrulla Los Halcones durante unos años maravillosos, o a los que nos demostró su generosidad a la hora de las tareas, como al momento crucial de los exámenes. Pero el recuerdo más grande fue el día que nos enteramos que ocupó el primer puesto al ingresar a la Escuela Naval y a mí se me infló el pecho como su hubiera sido quien lograra tal hazaña.


En sus años de marino nunca perdió un ascenso. A la distancia lo veíamos avanzar como estaba previsto: ya sea como jefe del BAP Humboldt o como agregado naval en Washington. Recuerdo cuando -finalmente- fue ascendido a vicealmirante y nos dimos un largo y sentido abrazo, que hasta hoy siento. Porque es cierto aquello de que la vida es eso: suma de recuerdos y afectos.


Mauro no fue el mejor deportista del colegio, tampoco el más popular en la Escuela Naval y menos aún el que más dinero ganó como profesional. Pero, a pesar de ello, creo que casi todos los que lo conocimos lo consideramos siempre el N° 1 por una razón: su don de gente (o lo que hoy llaman inteligencia emocional) que puso siempre por encima de su extraordinaria capacidad intelectual. Qué importante – y qué difícil a la vez – saber manejar o administrar un IQ superlativo. Tanto, como para dejarse apreciar como pocos por tanta gente. Pero claro, la clave para él siempre estuvo en que privilegio sobre todas las cosas la amistad. En aras de ella no solo fue cercano sino hasta humilde.


El día que conmemoramos el mes de su fallecimiento me tocó leer una líneas (algunas de las cuales está en esta nota) en la misma capilla del colegio. Tremenda responsabilidad y honor. También, tremendo peso, tanto que en algún momento creí que no podría leer sin quebrarme. Afortunadamente eso no ocurrió. Lo único que si pasó fue lo previsible: comprobar que todos los allí presentes teníamos alguna historia destacada, alguna frase cariñosa hacia él, que queríamos compartir. Para eso habíamos ido.

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